Gumersindo de Estella (Estella, 11.XI.1880-Pamplona, 7.XI.1974)
El pasado 7 de noviembre celebramos el 50 aniversario de la muerte del P. Gumersindo de Estella, acaecida precisamente en este convento de capuchinos de Pamplona extramuros. Justo es hacer memoria de su vida y actividad con motivo de esta efemérides.
El P. Gumersindo se llamaba Martín Zubeldía Inda, pues había nacido el 11 de noviembre, día de san Martín, de 1880, en la ciudad de Estella. Fueron sus padres Antonio Zubeldía, natural de Iráizoz (valle de Ulzama), y Asunción Inda, natural de Pamplona. El matrimonio se estableció en Estella a raíz de la tercera guerra carlista y regentó un comercio de ropa blanca y de tejidos que no prosperó, en buena parte por el estricto sentido de justicia de su padre en relación a los precios. Por eso opositó a la secretaría del pueblo de Salinas de Oro (valle de Guesálaz). Los padres de Martín engendraron un buen tropel de hijos. El primero, Avencio, murió en Estella de sarampión; el segundo fue Néstor, que llegaría a ser ilustre canónigo de la catedral de Pamplona, hombre de profunda cultura filosófico teológica y espiritualidad acendrada, así como de inquieta sensibilidad social y sindical, al que estuvo muy unido Martín. Después vendría él, al que siguieron otros tres: dos fallecidos prematuramente también de sarampión, y Alejo que le sobrevivió. Así mismo tuvo dos hermanas: Eladia, que se casó en Pamplona y falleció en 1939, y Emiliana, compositora y pianista, que viajó por Europa dando conciertos y que terminó instalándose en México después de haber visto fracasado su matrimonio. En el país azteca fundó la Academia de Música en la Universidad de Sonora, donde falleció en 1987 a los 99 años de edad. Una familia, como se ve, de la que emergían rasgos de una genialidad nada desdeñable. De Salinas de Oro la familia se trasladó a Pamplona buscando una educación esmerada para los hijos.
Martín hizo su primera comunión en la parroquia de San Juan, ubicada en la catedral, el 26 de abril de 1890, y ese mismo año ingresó en el seminario diocesano. Pero la vida de Martín dio un viraje importante al conocer a los capuchinos de Pamplona extramuros, que le orientaron, sobre todo el P. Rafael de Pamplona (que provenía de la buena sociedad pamplonesa), hacia el propio seminario. Los capuchinos estaban viviendo en ese momento el periodo de la restauración de los antiguos conventos y la apertura de otros nuevos, proceso propiciado por las nuevas circunstancias políticas de la restauración borbónica liderada por Cánovas del Castillo. El seminario capuchino se encontraba en aquel entonces en Cataluña. Por ello Martín estudió humanidades (equivalentes al bachillerato) en Olot e Igualada, realizando el noviciado en Arenys de Mar, donde emitió su profesión temporal el 31 de agosto de 1897. En el noviciado, como símbolo de la asunción de una nueva vida, Martín adoptó el nombre de Gumersindo de Estella. A continuación estudió tres años de filosofía y cuatro de teología en el convento de Pamplona extramuros, pronunciando sus votos perpetuos el 8 de septiembre de 1900 y siendo ordenado sacerdote el 2 de abril de 1904, dirigiéndole la palabra en esa ocasión su hermano Néstor. A la ordenación siguió el curso de Elocuencia Sagrada, que él mismo dirigiría poco después, recibiendo el título de predicador y confesor de manos del ministro provincial, P. José de Legarda, el 11 de agosto de 1905.
A continuación (1905) el P. Gumersindo fue asignado al noviciado de Sangüesa como vicemaestro, pero la ausencia de novicios ese año hizo que a los pocos meses, en 1906, fuera trasladado al recién inaugurado seminario de Alsasua como profesor de literatura y latín. Dejó manuscrito un curso de literatura titulado “Elementos y Curso de literatura”, para el curso 1907-1908, de más de seiscientas páginas, que se conserva en su archivo. Esto nos sugiere que su formación humanística en Cataluña fue profunda y amplia, como lo demostró a lo largo de su vida. Pero su estancia en Alsasua también fue breve, siendo destinado en 1908 a Pamplona como profesor de oratoria sagrada. De nuevo al poco tiempo, a raíz del capítulo provincial de 1909, es enviado a Fuenterrabía como guardián. Allí dio un gran impulso a la catequesis infantil participando activamente en la organización de peregrinaciones multitudinarias de niños y niñas a San Sebastián y Tolosa, que firmaron folios enviados posteriormente al papa Pío X, agradeciéndole sus normas sobre la primera comunión y la comunión frecuente. El P. Gumersindo promovió mucho la Orden Franciscana Seglar, que desde el pontificado de León XIII se proponía como cauce para un mayor compromiso cristiano de los laicos en la Iglesia y en la sociedad. En 1912 el P. Gumersindo fue nombrado guardián de Sangüesa. Allí de nuevo trabajó por difundir la Orden Tercera, fundando hermandades por los pueblos vecinos y creando la archicofradía de Cordígeros (niños y niñas). Además inició la cofradía de la Divina Pastora para agrupar y atender espiritualmente a las empleadas de hogar. Pasados unos años, en 1918, el P. Gumersindo fue elegido para la guardianía del convento de Estella, pero renunció al cargo alegando que no había nacido para mandar. Desde entonces residió en el convento de Pamplona extramuros dedicado fundamentalmente a la predicación de misiones, que fue su carisma más personal e íntimo. Incluso escribió y dio conferencias, a los frailes y al clero, sobre el modo de predicar dichas misiones. Dejó consignadas en sus diarios manuscritos las que predicó, innumerables, por todo el País Vasco, Castilla, Valencia, Madrid y Andalucía. Su predicación conmovía a los que le escuchaban y tenía los rasgos típicos de la predicación capuchina de vieja estampa: una cierta teatralidad (crucifijo en mano, declamación) combinada con una sencillez que sabía conectar con distintas clases de gentes tocando y avivando el sentimiento. Pero una predicación centrada sobre todo en la explicación llana de la palabra de Dios. Estando en Pamplona siguió difundiendo la Orden Tercera por los pueblos y fue el organizador del Congreso de los Terciarios de 1921, celebrado en Pamplona, cuyas actas y ponencias publicó en un voluminoso libro. En 1924 fue nombrado también vicepostulador de la Causa de Beatificación del P. Esteban de Adoáin, a cuya promoción el P. Gumersindo dedicó muchas energías hasta su muerte. En 1960 consiguió presentar en Roma el proceso, entrevistándose con el papa Juan XXIII. Sobre el P. Esteban escribió una vida muy amplia y documentada, publicada en 1944. De 1927 a 1930 fue procurador de la misión de Pingliang (China), siendo su labor muy apreciada por los misioneros. Se conserva mucha correspondencia suya con los misioneros. Por este motivo colaboró, en nombre de la provincia capuchina de Navarra, en la Exposición Misional Universal de Barcelona de 1929, enviando objetos de las misiones americanas y del Extremo Oriente.
En 1929 el P. Gumersindo fue destinado a la nueva fundación capuchina de Jaca, pero los sucesos revolucionarios de aquella ciudad con la proclamación de la República a finales de 1930 por parte de Galán y García Hernández, lo llevaron de nuevo a Sangüesa y a Pamplona, donde continuó ocupándose de sus ministerios y cargos. En 1936, con el estallido de la Guerra Civil a consecuencia del Alzamiento Nacional, el P. Gumersindo fue trasladado a Zaragoza. Como el mismo dice en el inicio de sus memorias sobre su asistencia espiritual a los condenados a muerte de la cárcel de Torrero (Zaragoza), fue considerado “derrotista”, es decir poco entusiasta del “glorioso movimiento nacional”, y por tanto poco aconsejable su presencia en Pamplona. Así lo consideraron los dirigentes de la Junta Carlista de Pamplona, que presionaron a los superiores capuchinos para que bajo el manto de la obediencia trasladaran al P. Gumersindo a otro lugar. En Zaragoza residió hasta 1942, dedicándose esos años a los ministerios conventuales, y sobre todo, por encargo de la comunidad, a asistir a bien morir, es decir, habiendo recibido los sacramentos de salvación, a los reos condenados a muerte por motivos políticos. Este ministerio, que le causó una gastritis aguda y problemas de conciencia sin cuento, ha hecho al P. Gumersindo muy conocido por los diarios que escribió sobre él, únicos en su género y muy apreciados por la historiografía actual sobre la Guerra. Volveremos brevemente sobre ellos más adelante. Un dato de notable interés en la biografía del P. Gumersindo se sitúa en el verano de 1940, cuando pasó una temporada en Pamplona y Aézcoa tratándose su gastritis con el doctor Atucha: asistió en su última enfermedad al cardenal Isidro Gomá, que residía en las Josefinas de Pamplona, seguramente administrándole el sacramento de la reconciliación y ofreciéndole el consejo espiritual. El P. Gumersindo se había convertido en un especialista en el ministerio de asistir a los moribundos, por cualquier causa que fuera, algo sobre lo que había escrito y que se colocaba plenamente en el surco de la más genuina tradición capuchina. En 1942 el P. Gumersindo volvió al convento de Pamplona extramuros donde residió hasta 1951, dedicado completamente a la predicación de misiones y al proceso de beatificación del P. Esteban. En estos años atendió a las Hijas de María y a un grupo muy nutrido de Acción Católica, asociaciones católicas muy en boga en aquel entonces. En 1951 fue trasladado al convento de San Antonio de Pamplona, dedicándose cada vez más, conforme sus fuerzas físicas iban declinando, al ministerio de la confesión y a la atención a los pobres que acudían a la portería, con los que se mostraba especialmente generoso y manirroto. Con todo, aún participó de lleno en la organización y predicación de la misión general de Pamplona de 1954, y en la de Estella de 1955, así como en la de Sanlúcar de Barrameda de 1964. En el convento de San Antonio de Pamplona el P. Gumersindo residió hasta los primeros meses de 1974, cuando por motivos de salud bajó a la enfermería del convento de Extramuros, donde falleció el 7 de noviembre.
En la biografía del P. Gumersindo es preciso aludir, al menos brevemente, a su faceta como escritor, pues nunca soltó de su mano la pluma. Es cierto que lo que más escribió fueron sermones, pero también dejó obras importantes escritas, algunas inéditas y otras publicadas, además de diarios personales, algunos perdidos. Todo se conserva en su archivo personal. Por otra parte el P. Gumersindo escribió numerosos artículos en las revistas de divulgación religiosa de la provincia capuchina: El Terciario Franciscano, Verdad y Caridad. E incluso, y a edad avanzada (entre 1962 y 1967), artículos sobre educación en el Boletín de Educación (Enseñanza primaria Provincia de Navarra), que publicaban los órganos educativos oficiales de Navarra.
El P. Gumersindo de Estella está pasando a la historiografía de la Guerra Civil española de 1936-1939 con nombre propio por los diarios que dejó escritos, y que fueron publicados por primera vez el año 2003, sobre la asistencia espiritual que él prestó a los reos condenados a muerte por motivos políticos en la cárcel de Torrero de Zaragoza, de 1936 a 1941. La publicación lleva por título: Fusilados en Zaragoza 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos, Coordinadores de la edición: Tarsicio de Azcona y J. Ángel Echeverría, capuchinos, (Mira Editores, Zaragoza 2003; 3ª edc. 2014). Antes de su publicación los diarios del P. Gumersindo sufrieron diversos avatares, en los que no podemos detenernos en esta breve reseña sobre su vida y actividad, y que fueron descritos en la introducción de la publicación. Brevemente hay que decir que los diarios describen los diálogos que el P. Gumersindo mantenía con los condenados a muerte en las horas previas a su ejecución, con la finalidad de que, a ser posible, se confesaran y participaran en la eucaristía, asegurando así su muerte en gracia de Dios y su salvación eterna. La descripción de estos momentos previos, así como de las ejecuciones que tenían lugar en la madrugada ante la tapia del cementerio de Torrero, es dramática y dantesca, y produce en el lector una repulsa absoluta de todo aquello, difícil de entender hoy en día, pero que sigue sucediendo en los distintos escenarios de guerra de la humanidad. Los diarios del P. Gumersindo son un testimonio único, porque hay muy pocos, del funcionamiento de las cárceles franquistas durante la Guerra y después de ella (procesos sumarísimos, delaciones, ausencia de investigación de las acusaciones, hacinamiento, motines), así como de la pastoral de la Iglesia del tiempo con los condenados a muerte por motivos políticos. Aquella pastoral, que buscaba por encima de todo la salvación eterna, como fuera, por medio de la administración de los sacramentos de la penitencia, de la eucaristía y de la unción de los enfermos, no la podemos juzgar con los parámetros actuales, pues todavía no se había producido la renovación que traería la teología del Concilio Vaticano II. Cuando fueron publicados los diarios en el año 2003 solo la prensa local y regional (zaragozana y aragonesa) se hizo eco de ellos. Al poco tiempo fueron citados con cierta amplitud por historiadores de renombre que podemos considerar sin ambages críticos o muy críticos con la actuación de la Iglesia durante la Guerra y el franquismo. Así Julián Casanova (La Iglesia de Franco, Crítica, Barcelona 2005), Santos Juliá (Historias de las dos Españas, Santillana, Madrid 2005), Paul Preston, El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después, Debate, Barcelona 2011). Con motivo de la tercera edición de los diarios, en 2014, fue la prensa nacional, sobre todo El País, la que se hizo eco de la publicación, añadiendo testimonios desgarradores de algunos nietos de los fusilados. La tercera edición coincidió con el homenaje que el Ayuntamiento de Zaragoza rindió al P. Gumersindo el 1 de abril del 2014, precedido el día anterior con la concesión de una plaza con su nombre en el cementerio de Torrero. Pero no solo la historiografía más crítica con la actuación de la Iglesia durante la contienda y posteriormente ha incorporado el testimonio del P. Gumersindo a su acerbo hermenéutico de los hechos, también la que se muestra algo más complaciente acaba por acoger el testimonio del P. Gumersindo como algo único y excepcional, aunque sea dramático, espeluznante y muy difícil de digerir. Así sucede con la reciente publicación de V. Cárcel Ortí, reconocido historiador de la Iglesia de España de los siglos XIX y XX. En su obra, titulada “Pío XII y España según los documentos de los Archivos Vaticanos (1939-1958)” (Editorial Balmes, Barcelona 2023), dedica varias páginas (pp. 486-491) al P. Gumersindo y a su asistencia religiosa a los reos, tratándolo con gran empatía y ecuanimidad.
José Ángel Echeverría, OFMCap.
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